Muchacha ojos de papel – Desintegración abstracta de la
defoliación
Por Luis A.Spinetta
Más allá de inscripciones
cronológicas que responden al “momento” en el que Muchacha, como canción, se
involucra en el poder de captación de la gente, una devanación se hace
necesaria para mí, de manera tal que bajo un intento de estructura de
certidumbre de la simbología del texto, me abra la cabeza.
De por sí, ojos de papel es no
sólo alusión a la puesta en juego del personaje, sino que además es evocación
de facultades en éste, que significan el efecto de su exterioridad, que muta.
Su exterioridad cambia, sopesada
por Muchacha, que es término de la simbología del nombramiento de todos y la
inusual diferenciación de quien, a la vez, se transporta hacia las
características de “algo en ella” que la hacen única, aún bajo el nombramiento
de todos, quienes, a su vez, podrían nombrarla de diferentes maneras.
La anomalía es el hilo de
seducción que desestabiliza la profunda corporización del nombre común.
El papel no ve.
La contraposición entre los
simbolismos del título es el eje ante el cual el “azoramiento”,
momentáneamente, no se expresa en términos de un nombramiento virtual. Sino que
debe introducir una subjetividad que “globalmente” sea la afirmación. Con lo
cual, sin recluirse a los ojos de todos, el símbolo del personaje adquiere a la
vez una significación individual para cada quien, sin tener en común para
todos, más que la unicidad exclusiva y “sin nombre”.
Además, hay una subjetividad que
debe ser reconocida en el hecho de que Muchacha posee las “virtudes de la
blindación”.
Sus ojos. Blindados por un papel
irreducible a lo transparente. Violencia simbólica en procura de seducción.
Un vuelo desde las dos orillas de
los mundos dan fe del “conducto místico” que proscribe un enunciado que remita
sólo a lo real: en tanto que debe contar con partes considerables “de eso”,
para realizar “en quien” recaerían los condiciones de lo irreal.
Con ello, lo real, corroborado,
deja paso al lenguaje irreal que proyecta ilimitadamente los símbolos.
¿Adónde vas?, quédate hasta el
alba.
¿Una niña con los ojos de papel
adónde puede ir?
La blindación ejerce la aflicción
en quien no tiene ojos reales para una fundamental orientación.
Allí, el relator ingresa sugerido
por aquel quien, una vez instalada la dificultad, oficia de obvio guía.
Quedarse hasta el alba, que sólo
el guía ve, representa a las claras una orden impartida (que subyace en
cualquier pedido) y refleja la prosecución de una finalidad de parte del que
pide.
Instintivo argumento de un “padre
represivo” quien, originalmente, acapara la organización de deseos en quien
tutela. Aunque ésta no pueda verlo, podría desear algo que es ajeno al campo
del impedimento, lo que original un poder que rige a través de quien todo
presencia.
El personaje relator: Sueña un
sueño despacito entre mis manos, hasta que por la ventana suba el sol.
Desencadenar el reposo en Muchacha parece asomar como una finalidad, con el
detalle de que ella debe acceder a una sutil sumisión que está representada por
una localización entre las manos. Esto significa: a disposición de contención y
palpación. Con el objeto de subyugar una porción aún más tangible que lo se
vería teniendo ojos de papel.
El mundo onírico de Muchacha. Un
bastión perceptual que seduce al guía a la pretensión de apropicuarse de
“ciertos otros símbolos” por la vía de un método de embalse localizado. Espacio
entre dos manos, éste, que se sugiere como el de un territorio de absorción.
Espacio al que convergen las direcciones de un cuerpo abandonándose al sueño
lentamente, como para un profundo sueño, rico en materias sutiles a las que
alojar.
La subjetiva posición,
finalmente, a través de una parcial yacencia de la Muchacha hasta el momento de
un albor que se une al de sus sueños “detectados”. Ambos son los símbolos de lo
que ellos creerán ver. Uno en el sueño del otro, y el otro en un “falso
despertar” ante el amanecer extásico que no podrá sino reintegrarla a su
anomalía.
Los dos personajes “sienten” en
esos ecos brumosos para los ojos, ciegos o no, el impromptu de un éxtasis de
angustia para así desembocar en la risa luego llanto de ella, y la fijación de
un símbolo que nace de una ventana con el sol asomado para la protagonista que
rige, en vigilia, la situación emocional. La del que intenta reparar mediante
la agoníade la oscuridad. Lo cual patriarquiza en el aluvión solar hasta el
contagio de una reacción indefinible.
Otros párrafos como no corras
más, se ligan a este deseo opresivo del guía en procura de la prevención del
peligro.
El éxtasis se puede regenerar en
tanto y en cuanto esta niña deja de correr para que el reposo entre las manos
de su compañero consuele una necesidad sin salida.
En voz de gorrión se expresa,
burdamente, la alternancia entre símbolos cotidianos en función de metáfora,
sin interiorizarse demasiado, al igual que cuando enuncia piel de rayón.
Aquí la suavidad y tersura de la
piel podrían ser simplemente cualidades para determinar un objetivo. Mientras
que la caracterización en género de la piel, si bien es coherente por la
suavidad del rayón, corporiza una situación comparable a los ojos de papel y a
corazón de tiza. Es decir, señala un obstáculo más en el terreno de las aptitudes
más sensibles de ella.
El rayón no siente. La tiza no
late.
Pechos de miel es quizá un modelo
simbólico que no marca sino el estado real de la seducción. Exhala el juicio de
los símbolos que nose suponen relacionados con una intención premeditada de
señalar carencias o transformaciones hacia un sustituyente artificial.
El obstáculo no trasciende en la
racterización de los senos en miel. Es más, estos conservan la contundente
norma de la seducción que reclamaría un movimiento desde lo externo.
Aquí, verdaderamente, el juego de
un desplazamiento reclinatorio es la norma base si es que se admite la acción
como resultado de la sumisión al deseo. El deseo adscripto a lo que mana
sustancias. Lo que implica la abdicación de supremacía para el compañero de
Muchacha. Para saciar ese deseo, para predecir en el carácter de sus
movimientos la fluidez del deseo hasta la conquista del objetivo, él debe
haberse arraigado, asimismo, en un síntoma, que aún siendo momentáneo, deberá
reflejar la instancia de una necesidad sin salida que es el combustible del
deseo.
La fatuidad de esta desorientación
antecede al deseo mamario.
El líder luego, inclinaría la
cabeza mansamente y mamaría de lo ue mana de sí después de un último atisbo. El
pudor. El pudor ante la fiesta de la leche materna es un sentimiento que nace
casualmente también bajo el hechizo de la miel. La dulzura incontenible de toda
miel que obliga a los sentidos a establecer el límite con respecto a la
cantidad de la libación.
El pudor está conducido por los
resarcimientos que subyacen en todo deseo, por encima de los riesgos de
intoxicación.
Pequeños pies, no corras más.
A pequeñas huellas, en algún
momento, corresponden pequeños acontecimientos que no colaboran, o son
directamente inútiles en sí, como para que Muchacha rompa el elipse simbólico
de su propio poder.
Es decir, el poder está en manos
de quien se lo desea.
Ella es el vértigo de una
seducción invertida, o en todo caso inteterminada. Brutal es para ella contener
las sustracciones de quien, finalmente, luego de despojarla prácticamente de
sentidos, abdica en procura de una salvación para sí representada por ese maná.
Doble defoliación: primero, de aptitudes sutiles; luego, de una energía
predominante.
¿Te robaré un color?
Diría: de los colores tras la
retina advenediza de Muchacha, uno, pretendidamente posible, o quizás devenido
de las raíces de sus despaciosos sueños, deberá ser captura, aunque quien lo
reclama, reclinado, se haya entregado, a lo más acuciante. ¿El deseo de
succión? El color que puede registrarse con todos los otros sentidos, más los
otros.
Por supuesto que se podría tener
en cuenta la idea generalizada de todos quienes piensan en Muchacha como
símbolo de una pacífica visión en el enamoramiento y el despertar.
La creación de un castillo con tu
vientre es el prototipo de un símbolo que conlleva la presencia de una unión
sexual.Inclusive hay un manifiesto de procreación allí.
Por otro lado, el pesonaje que
canta intenta relacionarse con la idea de ser él un punto de comunicación entre
mundos.
El traduciría la magnitud del
amanecer para los ojos blindados de ella. Y a la vez, hacia el mundo exterior
(organizado ya como el territorio que surge de la realidad que no convive con
los ojos de papel y por lo tanto el mundo que brota de la autorizadad) la
traducción de un lenguaje onírico que él lee a través del contacto con sus
manos. Este mundo es tan inapreciable para él mismo y todos los otros seres,
como lo es un amanecer para que no ve sino con ojos de papel.
El muchacho es quien se erige
como salvación. Se supone que sabe y tiene con qué mitigar la desesperación de
ella. Ella se redime al dormir, al abrigo de quien sólo se reclinará a su vez,
ante ella, para entregarse, teniendo presente que la finalidad de esta entrega
es, en realidad, una extracción de poderes, que ella aparentemente es incapaz
de asumir.
Se podría agregar que, en esta
situación sobre la que él se realza, la impregnación de sus movimientos
vislumbra el propósito de quien dejaría una profunda huella que atestigue su
paso por los instantes cruciales. Una simbolización latente en el sentido de
una trascendencia genética.
Las reclamaciones que desde un
territorio donde cierto abismo comparte pie con cierta invariable ley, en tanto
amanece siempre, son las que provienen de una serie de fotos que trastocan las
posesiones no obstruidas de un disfrute.
Este estado de lo conciente se
hace inexpresable para las palabras. No habría hechizos en una aventura en la
que no se interviniera con ciertos factores de lo no posible, hasta diría símbolos
de precipicio o de desfallecimiento.
La carencia de orgasmo en la
mujer argentina, sobre todo la de los 60, es una limitación con caracteres de
blindaje. Esto justifica tal vez algo del arraigo del personaje. El otro personaje
está más bambificado.
Un monstruo que no omite
mencionar funciones que lo determinan como morada. Eje que concientizaría lo
insondable para retener la atención del mundo. Requisito que se edifica en la
descripción de lo desconocido.
La trastornación del tiempo tiene
pie en las sugerencias que el muchacho realiza: duerme un poco y yo entretanto…
O sea que mientras ella duerma, él construirá subliminalmente una residencia
específica. ¿Quizás para ceder a altarizar a la niña impedida sometido al deseo
multiplicado?
La eternización de un sueño
despacioso y de una alquimia que dure lo que un poco de inconciencia, son
revalorizaciones de otro objetivo primordial: el de auxilio. El que no reclama
en su nombre, sino a través de un eje de ansia nacido por frustraciones
insolubles.
El tiempo en la vida de los
hombres es un conducto de enigma. ¡Socorro a damnificados por la incertidumbre
de estar solo! La blindación espera orgasmos.
El sueño como corporeidad.
El símbolo que se opone al
lenguaje de los mundos.
La albinación de ciertas partes
corpóreas para un funcionamiento errático en dirección al orgasmo.
La alternancia de vislumbrar a
través de una realidad que lograría transmitirse gracias a un margen de
transparencia. Un cierto grado de traducción entre formas o sentidos que se comunican.
La mundanidad de Muchacha se
debate con la opresión que se le destinaría desde afuera al ser examinada.
También si intentara decir lo que ve, o sentir y decir. Pero ella no habló
nunca.
Tampoco habría que ignorar el
hecho de que la colmación es tan surrealista como los ojos de papel o la piel
de rayón.
Nada más atroz que la inlatencia
de la tiza para un corazón al que el orgasmo curaría.
El articulo completo fue publicado en el Año 2006 por la revista La Mano