Década del 70´, el rock a flor de piel y una villa 31 que escondía
su miseria bajo la incansable labor del padre Mugica.
Faena que incluía además de su tarea pastoral, la enseñanza
de la solidaridad, que cada uno se adueñara de su propia vida.
En medio de esa cotidianeidad, cuenta la leyenda que una
noche como cualquiera otra, mientras se realizaba una fiesta boliviana
organizada por el padre de los pobres, tuvo lugar una zapada memorable.
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